martes, 23 de octubre de 2012

Victoria.

Victoria. Ella... ella es una amiga. Una mina que tiene los huevos muy bien puestos, una mina que se aguantó el dolor de un corte, pero disfrutó del placer de tal situación, una mina que salió carraspeando, pero se la aguantó.

Yo soy su cronista y también soy su psicóloga.

-Vicky, ¿cómo estás? 
-Bien, un poco mejor.

Y así, aumentan mis esperanzas de que ella siga en la canoa, que salga de ese mar de oscuras aguas para llegar a un paraíso de felicidad a pesar de las caídas que cualquiera tiene.

Ya me la imagino con hijos adoptados (¿qué es lo malo de esto? Nada), con sus apuntes de la facultad de letras, o quizás ya toda una mujer con sus estudios ya terminados.
Imagino que la encuentro por la calle, un día en el que un sol abrasador nos envuelve, y ya nada es como antes; ya no hay vómitos y ya no hay cortes, es una mujer valiente que no le tiene miedo al mañana. Y no hay un estúpido Agustín haciéndola sufrir.

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