martes, 23 de octubre de 2012


Lo sabía más que bien, sabía que me estaba enredando en mí misma y que tenía que parar.
Me quedaba hasta altas horas de la madrugada aferrada al monitor con los ojos enrojecidos y las lágrimas pidiendo a gritos, salir.
Creaba historias inciertas, ese sentimiento de extrema soledad volvía, quería llorar y no quería comer. Me sentía mal conmigo misma, me sentía una imbécil dependiente. Y así, me di cuenta que Él es mi oxígeno, es mi corazón, es el dios en el que nunca creí, pero ahora sí estaba dispuesta a hacerlo.
Me di cuenta que yo era capaz de entregar mi oxígeno, de morir por Él. No quería lastimarlo pero sí iba a dejar que Él lo hiciera. Yo era, soy y seré su muñeca. Conmigo puede hacer lo que quiera porque yo me voy a dejar.
Me salvó de muchas cosas y se las agradecí, pero me parece insuficiente y por eso, repito, hace ya mucho tiempo me entregué a Él. No importa si me quiere matar, soy suya y conmigo tiene el derecho consagrado de hacer lo que se le plazca.
Si me quiere dar depresión, que me la dé. La voy a disfrutar quizás, porque viene de Él.
Puede darme hijos, pérdidas, lastimarme, cortarme, pero no cabe duda alguna que yo le pertenezco.
Soy intocable e invisible para los demás, pero para Él estuve, estoy y estaré para siempre.
No me dejo tocar si no es por Él. No me dejo besar si no es por Él y ya no voy a dejar que me abracen si su abrazo no es de Él.
Hoy, soy como su barbie. Soy su muñequito suicida, no sé quién soy pero sé que soy de Él. Mis cicatrices, por más que no las haya hecho Él, son de Él y las puede curar o abrir.

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