Alguna vez en mi vida
decidí que era hora de ser feliz y me digné a hacer un cambio gigantesco. De
leer libros pasé a maquillarme y a participar en salas de chat con flacos más
grandes que yo (y flacas, por supuesto). Obviamente, la tenían más clara y me tomaban
de estúpida; me parecía algo realmente innecesario, ellos no sabían mi
historia, no sabían mis metas. En fin, no sabían nada.
El teléfono empezó a
sonar cada vez más; amigas, chicos, amigas, chicos. Me volví una fracasada
importante, caminé (y aún camino) al borde del abismo sin darme cuenta.
Todos me decían “¡qué cambiada
que estás!” y con mi mejor prepotencia, respondía que no, que estaban
equivocados. Claro, yo me creía perfecta y por ende, el ser más hermoso de este
planeta; cualquier otro imbécil era inferior a mí. Yo era suprema, era una
diosa, una princesa, una reina y nadie podía superar eso.
En aquellas salas de chat
en las que participaba, tomé una decisión: contaría mi historia. Mis
experiencias pasadas se volverían conocidas y al fin sería respetada, tratada
como una verdadera diosa.
Agrupé a muchos amigos y
no amigos míos en una misma conversación y empecé (fragmento):
Ustedes no me respetan y
yo los trato bien cada vez que inicio una conversación.
No saben mis porqués, no
saben mis metas y aún así me tratan como una basura.
Sufro de depresión, busco
compresión y no me importa si es virtual, la necesito porque nadie me entiende.
Si no, ¿por qué estaría acá intentando –absurdamente- de hacer amistades?
Piénselo.
Les voy a contar mi
historia, ahora, si después de eso no me quieren hablar porque me consideran
una enferma, háganlo. Tienen un pase libre para esto, pero no me gusta que
juzguen por un simple número llamado edad.
(…)
Después de tanta
historia, tantas palabras, tantas comas y puntos, dejé que sus dedos empezaran
a escribir. Me di cuenta que en esos lugares cada uno se presentaba y se
describía, daba sus porqués, sus causas y tenías súbditos cibernéticos que te
leían con atención (y quizás con la boca abierta).
Me dijeron que estaba muy
lastimada y que sufría mucho. ¿En serio? No me digas porque yo no vivo mi
propia vida.
Días después, decidí
conectarme para ver cómo marchaba todo ahí. Me gustaba ser el centro de la
atención, el porqué de las preguntas.
No pasaron ni cinco minutos
y muchas ventanas de chat se abrieron. “Hola, ¿estás mejor? Te extrañábamos”
esos eran los mensajes que recibía.
Decidí que tenía que
decir la verdad; quiero decir, dije que no, que no estaba bien y que jamás lo
estaría. Que mi vida era un infierno y yo caminaba, corría y saltaba al borde
de un abismo sin fin. No sé cómo pretendían que estuviera mejor en ese estado.
Muchísimos de mis amigos
y conocidos de esas salas, se pusieron de acuerdo y me hablaron en conjunto.
Quisieron ayudarme y no me negué, después de todo, amigos como esos eran como
el oxígeno; indispensables.
Les di mi número de
celular y les dije con tranquilidad que podían llamar cuando quisieran y mandar
mensajes a cualquier hora.
Así pasó el tiempo y nos
convertimos en un gran grupo de amigos que salía por las noches de los fines de
semana. La pasaba bien, demasiado bien, de tal manera que me olvidaba de todo,
de lo que pasaba en casa y adentro mío con mis emociones. Pero claro, los
buenos momentos duran muy poco; horas después (que me resultaron segundos) me
encontré en un taxi yendo a casa. Volvería a aguantarme los gritos de papá, los
llantos de mamá, las caras de “no entiendo una mierda” de mis hermanos, a la
insoportable de la mucama. En fin, volvería al infierno de todos los días.
No quise parar el tiempo
y lo dejé pasar, pasaba lento y a veces rápido; me encontré viviendo sola y con
una sonrisa de oreja a oreja. Ahora hacía lo que quería, así que pasaba veinte
horas en las salas de chat y atendiendo los llamados diarios de los que ahora
eran mis mejores amigos.
Poco tiempo después,
quizás en pocas horas, me encontré otra vez con mi amiga la depresión. Ella,
firme, decidió quedarse conmigo para comerme completamente y así lo hace.
Aún vivo sola, pero a la
vez no; te tengo, tengo depresión y me quedo en la cama disfrutándola…
sufriéndola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario