domingo, 7 de octubre de 2012

My best friend


Alguna vez en mi vida decidí que era hora de ser feliz y me digné a hacer un cambio gigantesco. De leer libros pasé a maquillarme y a participar en salas de chat con flacos más grandes que yo (y flacas, por supuesto). Obviamente, la tenían más clara y me tomaban de estúpida; me parecía algo realmente innecesario, ellos no sabían mi historia, no sabían mis metas. En fin, no sabían nada.
El teléfono empezó a sonar cada vez más; amigas, chicos, amigas, chicos. Me volví una fracasada importante, caminé (y aún camino) al borde del abismo sin darme cuenta.
Todos me decían “¡qué cambiada que estás!” y con mi mejor prepotencia, respondía que no, que estaban equivocados. Claro, yo me creía perfecta y por ende, el ser más hermoso de este planeta; cualquier otro imbécil era inferior a mí. Yo era suprema, era una diosa, una princesa, una reina y nadie podía superar eso.
En aquellas salas de chat en las que participaba, tomé una decisión: contaría mi historia. Mis experiencias pasadas se volverían conocidas y al fin sería respetada, tratada como una verdadera diosa.
Agrupé a muchos amigos y no amigos míos en una misma conversación y empecé (fragmento):
Ustedes no me respetan y yo los trato bien cada vez que inicio una conversación.
No saben mis porqués, no saben mis metas y aún así me tratan como una basura.
Sufro de depresión, busco compresión y no me importa si es virtual, la necesito porque nadie me entiende. Si no, ¿por qué estaría acá intentando –absurdamente- de hacer amistades? Piénselo.
Les voy a contar mi historia, ahora, si después de eso no me quieren hablar porque me consideran una enferma, háganlo. Tienen un pase libre para esto, pero no me gusta que juzguen por un simple número llamado edad.
(…)

Después de tanta historia, tantas palabras, tantas comas y puntos, dejé que sus dedos empezaran a escribir. Me di cuenta que en esos lugares cada uno se presentaba y se describía, daba sus porqués, sus causas y tenías súbditos cibernéticos que te leían con atención (y quizás con la boca abierta).
Me dijeron que estaba muy lastimada y que sufría mucho. ¿En serio? No me digas porque yo no vivo mi propia vida.
Días después, decidí conectarme para ver cómo marchaba todo ahí. Me gustaba ser el centro de la atención, el porqué de las preguntas.
No pasaron ni cinco minutos y muchas ventanas de chat se abrieron. “Hola, ¿estás mejor? Te extrañábamos” esos eran los mensajes que recibía.
Decidí que tenía que decir la verdad; quiero decir, dije que no, que no estaba bien y que jamás lo estaría. Que mi vida era un infierno y yo caminaba, corría y saltaba al borde de un abismo sin fin. No sé cómo pretendían que estuviera mejor en ese estado.
Muchísimos de mis amigos y conocidos de esas salas, se pusieron de acuerdo y me hablaron en conjunto. Quisieron ayudarme y no me negué, después de todo, amigos como esos eran como el oxígeno; indispensables.
Les di mi número de celular y les dije con tranquilidad que podían llamar cuando quisieran y mandar mensajes a cualquier hora.
Así pasó el tiempo y nos convertimos en un gran grupo de amigos que salía por las noches de los fines de semana. La pasaba bien, demasiado bien, de tal manera que me olvidaba de todo, de lo que pasaba en casa y adentro mío con mis emociones. Pero claro, los buenos momentos duran muy poco; horas después (que me resultaron segundos) me encontré en un taxi yendo a casa. Volvería a aguantarme los gritos de papá, los llantos de mamá, las caras de “no entiendo una mierda” de mis hermanos, a la insoportable de la mucama. En fin, volvería al infierno de todos los días.
No quise parar el tiempo y lo dejé pasar, pasaba lento y a veces rápido; me encontré viviendo sola y con una sonrisa de oreja a oreja. Ahora hacía lo que quería, así que pasaba veinte horas en las salas de chat y atendiendo los llamados diarios de los que ahora eran mis mejores amigos.
Poco tiempo después, quizás en pocas horas, me encontré otra vez con mi amiga la depresión. Ella, firme, decidió quedarse conmigo para comerme completamente y así lo hace.
Aún vivo sola, pero a la vez no; te tengo, tengo depresión y me quedo en la cama disfrutándola… sufriéndola.

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