miércoles, 24 de octubre de 2012


Me había dejado y su tan repentina partida me había dolido hasta la médula y más allá de mis doscientos seis huesos…
Le conté todo con una sonrisa de oreja a oreja, pensando que íbamos a ser increíblemente felices. Me equivoqué.
Me pregunto a mí misma, ¿qué hago ahora? Me dejó de tal manera, sin señales de vida, una carta… algo que pudiera sacarme la duda.
Le había contado que tenía un bebé suyo dentro de mí. En mi útero, y lo quería. Sólo me tapó la boca y me llevó a su casa, me dejó ahí y nunca más lo vi.
Lo extraño, pero también lo odio. ¿Cómo pudo haberme dejado así? Una explicación podría haberme bastado por más dolorosa que fuese. No era un dolor dulce, era totalmente ácido y me tocó saborearlo. Parecía no tener fin.
Desde aquel día jamás volví a tocar una obra literaria o un instrumento musical. Tampoco escuchaba música, nuestra música, la que tanto nos unía en cierto sentido.
Todo tenía la capacidad de recordarme a él, a sus profundos ojos marrones.
La lluvia caía en la espesa oscuridad nocturna, daba contra mi ventana y contra mi techo, aquel ruido… también me recordaba a él.
Empecé a acariciarme, como si aquel calor le estuviera llegando a mi hijo o hija. No me atrevo a decir nuestro por cómo me dejó. Ahora era mío y estaba en mis manos, no podía sufrir tanto porque eso no sólo me afectaba a mí, sino a él o a ella.
Estaba débil en todos los sentidos; era una adolescente con la mirada perdida, sin destino, sin sueños…
Meses después, ella llegó y me hizo más fuerte. Pero, ¿quién me lo sacaba de la cabeza a él?

No hay comentarios:

Publicar un comentario