jueves, 11 de octubre de 2012


Estaba triste y él me gustaba.
No lo saludaba, pero sí lo miraba. Era y es muy lindo, muy delicado, muy bueno, muy todo. Y yo… ¿qué podemos decir de mí? Obviamente (y desgraciadamente) siento, tengo sentimientos pero jamás los demostré. Era y soy fría, no tan fría como antes, pero al fin y al cabo lo soy.
Conocía a su mejor amigo, pero jamás nos hablábamos, sí nos saludábamos y cada vez que lo veía con ÉL, me iba a la mierda y un poquito más lejos. Siempre fui muy vergonzosa, muy tímida y más con las personas grosas, por así decirlo. Con esas que me sacan una sonrisa, con esas que me enredan en una novela imaginaria.
En aquellos meses en que nos veíamos –pero no cruzábamos miradas, él me miraba a mí repetidas veces- tenía el pelo largo y me miraba con delicadeza y ternura, todo más que mezclado.
Me miraba a mí sin saber qué pasaría bastante tiempo después y veía cómo movía la boca, dando un “sí” desinteresado. Volví a la aburrida realidad. Si hubiera sabido desde antes qué pasaría en los eventos futuros, la realidad no hubiese sido aburrida.
Los meses siguieron pasando y nos seguíamos mirando, seguíamos enamorados. Mejor dicho, yo seguía enamorada, porque si bien saqué conclusiones antes de tiempo (pero correctas) de que él sentía algo por mí, en ese momento, me sentía enamorada y solitaria.
Llegaron las vacaciones de invierno las cuales pasé más que bien y sin preocupaciones de por medio. Y como todo lo bueno, se fueron bastante rápido a decir verdad. Volví a la aburrida rutina, no pensaba en él. Hasta que un día –el cual amé, amo y amaré- me empecé a juntar con las chicas del colegio en donde trabaja mi mamá. Son tan pocos chicos ahí que se conocen unos con otros, saben todo. Incluso, saben cosas de mí.
La primera vez que nos sentamos en aquella escalera de color bordó encerrada por paredes blancas y frías, me hablaron de él. Me contaron que gustaba de mí. Al principio creí que era “así no más” como casi siempre suele pasar, pero me demostró que estaba equivocada.
Al otro día, nos empezamos a hablar. Y me acuerdo perfectamente de la charla, una parte:
-Vos, ¿cómo te llamás? –me preguntó alguno.
-Juana de Arco –respondí con sarcasmo.
-Qué hermoso nombre… -dijo él, el amor de mi vida.
Un viernes lluvioso, me preguntó si me gustaría ser la novia. Dije que sí, pero no me escuchó ya que yo, como una estúpida, me tapaba la cara.
Un lunes, a la una y media de la tarde, fui a su colegio. Y ahí estaba él, lindo, como siempre. Me miraba, se escondía para mirarme más de cerca y a mí… bueno, a mí me daba vergüenza.
Un martes, también lluvioso, me conecté enojadísima. Él estaba conectado, y para colmo, me daba timidez iniciar una conversación.
Volví a la pieza, aún enojada, y alguien me había escrito “hola”. Mi corazón empezó a latir muy fuerte.
Ese día, me cambió la vida. Me dibujó una sonrisa diaria, me hizo reír, me hizo ser feliz.
Hay cosas que sí son imposibles, pero hay otras que no.
Te amo, mucho… muchísimo. Salí un poquito de mi mente, dejá espacio para otras cosas, egoísta lindo.
Felices catorce años :).

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