Como ya se sabe, me gusta escribir. Es uno de mis pasatiempos favoritos. Acá, dejo una historia más que resumida sobre una chica "anónima" la cual se escapó de un reformatorio, se escapó de un infierno el cual odiaba y no necesitaba para nada, sólo para cumplir los caprichos de sus estúpidos padres...
Primavera
de rosas negras
Siempre
fui valiente y apliqué mi valentía en todo. No le tenía miedo a nada, ni
siquiera a la muerte, ya que la miraba desde un punto de vista distinto. Es
algo natural y es un evento el cual no se puede evitar. Ella es rápida y es el
sinónimo de fin, del fin de absolutamente todo. Del dolor, de las lágrimas, de
la sangre…
Una
vez más, salto el alambrado del reformatorio.
La
primavera había llegado (con frío) y los imbéciles festejaban adentro. Una
situación excelente; me escondía entre la multitud para después ser víctima de
la libertad. Nada más placentero (para mí).
El
sol se asomaba feliz o algo así, eso decían. Daba calor pero a veces frío.
¡Estupideces!
No
soy de esas chicas rudas que entran y se escapan de un reformatorio. Tenía
sentimientos y no los ocultaba porque ya tenía la valentía, tenía la valentía
de pararme y de contestarles de manera inteligente a las personas que solían
molestarme.
Tuve
amores de verano, otoño, invierno y primavera. Todos compartíamos el mismo
cuadrado, el mismo infierno que se titula “reformatorio”. Absolutamente todos,
somos hijos de familia de clase alta la cual siempre tiene y modelo exacto de
su hijo o hija perfecto. Sin ningún defecto: ni personal ni físico.
Eso
es algo realmente molesto porque crea actitudes inesperadas para uno mismo. Los
hijos, supuestamente, somos un regalo hermoso de la vida, como dicen nuestros
queridos progenitores pero después demuestran que no es así, o al menos eso
pienso.
Mamá,
siempre perfeccionista y seguía, obsesionada, el modelo de hija que ella
esperaba junto con papá. Yo, solitaria, depresiva, suicida y con menos
educación que un vago de calle, era todo lo contrario; ¿sonrisas todos los
días? No. ¿Risas a cada rato? No. ¿Maquillaje rosa? No, mi ropa y maquillaje
siempre fueron y serán negros como mi vida. En fin, no voy a nombrar cada una
de las cosas, simplemente, era todo lo contrario y eso era un motivo de enojo
para mi mamá. Tenía el valor de pegarme ante cualquier cosa. De gritarme por
cualquier estupidez, incluso, si yo no la había hecho.
Por
su bien y por el de mi papá, juntos, decidieron que pase la gran parte de mi
vida en un reformatorio. Cuando termine mi larguísimo período ahí, iría a casa
a buscar las cuantiosas cosas que me faltaban y me iría a vivir sola. ¡Todo
planeado! Una vez más, tenían el modelo perfecto de cómo sería mi vida antes de
que la viviera. No pensaron que me escaparía y que correría riesgos. Sólo
pretendían perfección y más perfección. Perfección en sobredosis.
Con
una mochila cargada en los hombros y una vestimenta muy común, corría por aquel
predio desesperadamente. Me escondía entre los árboles y largos pastos que
había allí. No me sentía genial, me sentía cansada y deprimida.
¿Por
qué “deprimida”? No sé para qué vine al mundo. Pasé parte de mi adolescencia en
una casa gigante de la cual quería escapar y también quería quemar, otra parte,
la pasé en un reformatorio para que me perfeccionaran.
Todos recibían visitas semanales. Mientras ellos hablaban de su progreso, yo me quedaba durmiendo la siesta porque sabía que nadie vendría a verme. No les importaba cómo estaba; si muerta o viva. Pensaban que no los necesitaba, que no necesitaba comprensión de alguien y que jamás la necesité. Sólo pensaban que estaba convirtiéndome en la chica perfecta que todos esperaban.
Las
mujeres y hombres que estaban a cargo del lugar cuestionaban por todo. Yo no sé
si los mandaban a hacer eso o qué pero era realmente una situación incómoda.
La
pregunta más clave era sobre la sexualidad. Sí, todos los padres, creo yo, eran
unos homofóbicos que no querían homosexuales en su casa. Esperaban
heterosexuales ganadores de cualquier cosa con dos piernas y brazos.
Nunca
me cuestioné a mí misma sobre eso y en ese lugar te lo venían a preguntar
otros. No sabía qué contestar, pero les decía que era heterosexual. Realmente
lo soy, pero en aquellos momentos no sabía nada sobre eso y sentía que no era
tiempo de preguntarse cosas así y sacar conclusiones antes de tiempo y de
manera apresurada.
Vuelvo
al tema, estaba casi sin oxígeno y muy agitada, pero sin embargo jamás paré y
seguí escondiéndome.
Estaba
sola, bueno, eso creía yo; alguien me tocó el hombro y pensé “mierda…” pero
fueron pensamientos erróneos; era uno de los chicos del reformatorio. No sé si
me siguió y se trepó por otro lado.
Sobre él: era una persona excelente, humilde y simpática. Nos llamábamos “mejores amigos”. Siempre, desde que lo conocí, me sentí atraída por él. Es una obsesión que oculto.
Seguimos corriendo a la par que nos hablábamos, bah, a la par que nos gritábamos; ya estábamos lejos y nadie nos escucharía.
Al
amanecer, cruzamos una carretera sin tráfico, pocos autos. Muy pacífica.
En
fin, pasamos la mañana más que bien. Seguimos juntos y jamás fuimos hasta nuestras
casas, vagamos por la calle todo el tiempo. Reíamos pero también llorábamos.
Nuestras vidas se asemejaban mucho, así que, prácticamente, llorábamos por las
mismas razones y situaciones.
Ese
día, en medio de la primavera, arrancó una rosa negra de algún desconocido
jardín y me la dio…
La
rosa que llené de mi propia sangre y lágrimas cuando lo vi alejarse en el
horizonte.
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